Esta semana me doblé el tobillo intentando llegar a un juego de voleibol de mi hija. Entre reuniones, llegué al lugar del partido, pero aún no podía bajarme del auto porque estaba en medio de una conferencia. Al terminar la llamada, salí corriendo hacia la cancha. Admito que correr ya no es parte de mi rutina, y mis tobillos me pasaron factura. Puede parecer un día de locos para algunos, y no malinterpreten, lo fue, pero para mí fue la felicidad perfecta. Logré cumplir mi rol de profesional y, lo más importante, llegué al juego de mi hija. Aunque mi tobillo me recuerda lo complicado que es balancear ser mamá y profesional, mi corazón me recuerda que, más que enfocarme en lograr el balance perfecto, es alcanzar la felicidad perfecta.
Sin embargo, no podría haberlo hecho sola. Otra mamá me ayudó y llevó a mi hija al juego inicialmente. Este gesto me permitió terminar mi conferencia y llegar al juego. Como mamás, nos apoyamos unas a otras, y en mi búsqueda de balance he descubierto la importancia de esa red de apoyo. Es fundamental ayudarnos mutuamente para lograr ese equilibrio que todas anhelamos.
Siempre busco crear estructura para cumplir con la agenda de mis hijas y con la mía. Y sobretodo acepto que no siempre las cosas saldrán exactamente como las planeé. Y eso está bien. En el camino de la vida, nos enseñan a perseguir el equilibrio perfecto, a ser capaces de manejar todas nuestras responsabilidades sin tropezar. Sin embargo, la realidad es que el balance perfecto es una ilusión. Siempre habrá días en los que algo salga mal, en los que el caos se apodere de nuestra rutina cuidadosamente planificada. Es en esos momentos cuando debemos recordar que la perfección no reside en el balance, sino en la felicidad que logramos extraer de cada situación.
La verdadera satisfacción viene de saber que, a pesar de las dificultades, estamos presentes en los momentos que importan. Sí, es posible que mi tobillo tarde un tiempo en recuperarse, pero cuando vi la sonrisa de mi hija al verme en su juego, supe que había valido la pena.
La estructura y la organización son esenciales. Son las herramientas que nos permiten navegar las aguas turbulentas de nuestras responsabilidades diarias. Pero también es crucial permitirnos cierta flexibilidad, aceptar que las cosas no siempre saldrán según lo planeado. A veces, el trabajo se interpondrá, otras veces será una emergencia familiar, y en ocasiones será nuestro propio cuerpo el que nos pida una pausa. Lo importante es recordar que estos desvíos no son fracasos, sino parte del viaje.
La felicidad perfecta no se encuentra en una vida perfectamente equilibrada, sino en una vida vivida plenamente, con todos sus altibajos.
Se encuentra en saber que, a pesar de las dificultades, estamos ahí para nuestros seres queridos y que estamos persiguiendo nuestras propias metas con pasión y determinación.
Así que, a todas las mamás que luchan por encontrar ese esquivo balance perfecto, les digo: no se preocupen por mantener todo en equilibrio. Enfóquense en encontrar la felicidad en cada momento, en cada logro, y en cada desafío superado. Porque, al final del día, es esa felicidad la que realmente importa.
A mis hijas, las amo y hacen de mi vida una imperfectamente perfecta y feliz.
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